lunes, 7 de febrero de 2011

Soñando un poco

¿Qué sentido tiene una ciudad si no te sientes identificada con ella? Viajar consiste en conocer, experimentar, soñar, ver sitios nuevos, escapar de tu rutina diaria…

A ella le encantaba esa sensación. Sentirse libre durante un tiempo, sentirse que ella misma estaba lejos de allí y no podía influir en su viaje. Ana se sentó en el cálido césped y la observó. La miró cuidadosamente, como se mira algo frágil que tienes entre las manos y temes que se resbale entre tus dedos. Pero aquello era diferente. No se rompería con un simple chasquido de dedos. Era majestuoso, una estructura de hierro cubierta de pintura que renovaban cada siete años. Hacían falta un total de sesenta toneladas de pintura para cubrirla, además de 50 kilómetros de cordaje de seguridad, dos hectáreas de redes de protección, 1500 brochas y 1500 trajes especiales. Impresionante. La había visto miles de veces por la televisión, en postales, en camisetas, en esas graciosas bolas de cristal que compran los turistas cuando se van de viaje. Pero nunca la había visto así. Se tumbó sobre la hierba y miró hacia el cielo. El frío empezaba a dejar huella en sus labios que se iban cortando poco a poco. Se acercó las manos a la boca y las cubrió de vaho. Luego se colocó mirando hacía ella y cerró suavemente los ojos. Soñando que no estaba allí, imaginando que se encontraba lejos y poco a poco empezó a sentir como se cuerpo de desvanecía de allí.

Sus párpados se abrieron lentamente y se descubrió a ella misma soñando despierta, como hacía muy a menudo. Se levantó de la cama y se acercó al espejo. Allí vio a una mujer preciosa, morena de ojos castaños, se acercaba a los 48 pero su vida le había regalado tantas cosas bonitas que no pudo menos que sonreír. Sonreírse a sí misma por ser feliz.

París te está esperando.

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